Tendría 6 años y encontraba caras en las plantas, en la corteza de los árboles, en las piedras, en el piso. Eso tenía un nombre: Pareidolia. Yo la tengo. Mi mirada veía algo más en lo cotidiano y magia en lo simple.
He pasado por distintas etapas en mi trayectoria como artista. De los dibujos infantiles pasé al modelado en barro, a la restauración de piezas artesanales en la tienda de muebles de mi mamá, y a las pátinas y acabados en las paredes que con el tiempo se convirtieron en murales de diferentes estilos en residencias y locales comerciales.
Otra etapa inició al trabajar para parques temáticos creando personajes y dándoles vida través de la escultura y la pintura. También trabajé algunos años en escenografías para cine, televisión y eventos.
Pero mi alma sentía la necesidad de crear algo propio, y fue entonces cuando retomé eso que veía de niño y empecé a crear caras en ramas, cortezas de árbol y raíces. Hasta que un día pude ver que una brocha podía ser una cara y sus cerdas sus cabellos. Había encontrado en un objeto cotidiano el lienzo más inspirador, pudiendo intervenirlo, dándole vida, color y alma, creando personajes que cuentan una historia sin palabras, criaturas mágicas, personajes históricos.
Creo firmemente que el arte, más allá de decorar el mundo, lo transforma con un profundo anhelo de despertar consciencia a través de cada creación, de cada brocha, de cada intención.
Mi intención es fusionar mis dos sueños; crear arte y ayudar a sanar y unir a la gente de nuestro mundo. De ahí que me identifique con la frase “El Arte Salvará al Mundo”.